Pocas historias me han conquistado con su simpleza. Al final mueren los dos es una de ellas: una historia que arranca a paso lento y que sin
darte cuenta ya te ha devorado desde tus cimientos. Tiene una intensidad
emocional que no se distingue hasta que se ha llegado a su final, y para mí,
descubrirla fue todo un placer.
Pero antes de
profundizar, les contaré un poco de que va. El argumento es simple: una
compañía te avisa cuándo va a ser el día de tu muerte (con muy poca
anticipación) y sólo tienes 24 horas para vivir toda tu vida dentro de ese día.
No profundizaré
mucho sobre los personajes Mateo y Rufus, porque vale la pena descubrirlos por
ustedes mismos, pero les diré que poco a poco fueron ganándose un lugar en mi
frío corazón y se quedaron para recordarlos siempre.
Y es que la historia
está contada sin prejuicios, totalmente clara. El realismo de Silvera aunque
desgarrador, también alivia y reconforta encontrarlo tan nítido. El espacio es
más ni menos que Nueva York, así que me siento doblemente, triplemente,
inmensamente, agradecido.
Sobre el final, no voy a negárselos: me rompió el corazón [el frío
corazón]. Aunque se veía venir, definitivamente es muy difícil de soportar.
Pero así fue y hay que aceptarlo por más que duela. Es una sorpresa dentro de
otra.
Por último, Al final mueren los dos, es una lectura trepidante y emocionalmente intensa, tan arrebatadora como nostálgica e inolvidable, tan cálida como tenebrosa. Y es que nunca nadie había escrito con tanta naturalidad los últimos días de dos personas destinadas a encontrarse y ahí estriba su magia: una magia en lo cotidiano. Así que los invito a no perderse esta novela dulce-amarga sobre el tiempo, la amistad y la vida que recordarán por siempre.
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